sábado, 4 de enero de 2014

"We met in the wrong time", leí en alguna parte, segundos atrás. Una cita de una de esas películas a la que todos gustan sentirse identificados. Somos parte de un cliché de una década, a pesar de no ser conscientes o querer negarnos a esto. Nos encarnamos en nuestras fantasías masoquistas cuando menos nos lo proponemos. Fantasías que alguna vez se fundaron en una drama ficticio con final feliz. Un siempre final feliz. Fé en las sonrisas creadas por un artista casi realista. Para aliviar la angustia provocada por lo que aún no puede tener respuesta.

¿Y si prefiero seguir rehuyendo de él? ¿Y si creo mi propio final feliz?

Me gustan las historias con finales abiertos. Te dan esperanza, sin caer en el engaño. Porque nuestro futuro no puede ser predicho por un conjunto de patrones ideosincrásicos, o principios literarios/cinematográficos. O ni siquiera eso... necesariamente. Me gustan ciertos finales cerrados, en los que los protagonistas dejan de ser rescatados por algún ángel venido del cielo. Me gusta cuando la historia gira sin rumbo, al azar, prácticamente. Una ruleta rusa. un mono con navaja. Un inocente matando al primer semejante que se cruce, porque un demente le arrojó LSD. Giros rebeldes que desequilibran nuestras expectativas... Porque la vida misma, está llena de acantilados, y los cuentos de hadas no te preparan para eso.

¿Final Feliz? ¿Existe un final feliz? ¿Existe siquiera un "final" previo a la muerte misma? ¿Es la muerte feliz?

Todo esto para querer decir que es estúpido tomar de referencia al final de una historia de moda. Yo soy yo. Yo decido no desperdiciar un segundo a la espera de improbables posibilidades.

No tengo más fé que la fé en mis propias facultades.


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