lunes, 31 de octubre de 2011

MILAGRO


sábado, 29 de octubre de 2011

LOS NUMEROS PRIMOS

Los números primos solo son exactamente divisibles por 1 y por si mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos numeros, aunque ellos más separados entre sí. Son numeros solitarios, sospechosos y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes y que por alguna razón no podían. Esto ultimo lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y demasiado débil para engañarse a si misma.

En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos. Son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son si no hechos fortuitos y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansado de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, que hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.

Mattia pensaba que él y Alice eran eso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiandole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada.

Cierto día de invierno hizo una cosa. Había pasado la tarde en casa de Alice, que estubo todo el tiempo zapeando ante la tele. Mattia no atendió ni a las palabras ni a las imágenes del aparato. El pie derecho de ella, que tenía apoyado en la mesa, invadía por la izquierda, como la cabeza de una serpiente, su campo visual. Alice movía y doblaba los dedos con una regularidad hipnótica. Aquel repetido movimiento había hecho nacer en él algo sólido e inquietante, y se esforzó por mantener la mirada fija el mayor tiempo posible, a fin de que nada cambiara en aquella imagen.

Al llegar a casa cogió un mazo de folios del cuaderno de anillas, lo bastante grueso para que el bolígrafo corriera fluidamente, sin rasgar la rigida superficie de la mesa. Igualó los bordes, primero los de arriba y luego los lados. Escogió el bolígrafo con más tinta de los que tenía en el escritorio, le quitó la capucha, que insertó en la punta opuesta para que no se extraviara, y en el centro exacto del folio, que calculó sin tener que contar los recuadros, comenzó a escribir.

2760889966649. Puso denuevo la capucha al bolígrafo, lo dejó junto a los folios y leyó en voz alta: Dosbillonesetecientosetentamilmillonesochocientosochentaynuevemillonesnovecientossesentayseismilseiscientoscuarentaynueve. Lo leyó denuevo, esta vez en voz queda, como para aprenderse el trabalenguas. Y decidió que aquel número era el suyo. Estaba seguro de que ninguna otra persona en el mundo, ninguna otra persona en toda la historia del mundo había pensado nunca en aquel número. Hasta ese momento , provablemente tampoco nadie lo había escrito y menos aún pronunciado en voz alta.

Tras un momento de vacilación, dos renglones más abajo escribió: 2760889966651. Y éste es el suyo, pensó. En su imaginación, aquellas cifras se habían teñido del color morado del pie de Alice recortado contra el respaldo azulado del televisor.

Bien podrían ser dos primos gemelos, pensó Mattia. Y si lo fueran...

Consideró con determinación la posibilidad y buscó divisores de aquellos numeros; con el 3 era fácil: bastaba con sumar las cifras y ver si el resultado era un múltiplo de 3. El 5 queda descartado de antemano. Quizá había una regla también para el 7, pero como no la recordaba hizo la división en columna. Siguió con el 11 y el 13, etc., en cálculos cada vez más complicados. Cuando estaba con el 37 el sueño se apoderó momentaneamente de el y el bolígrafo le resbaló por la página. Al llegar al 47 abandonó. Aquello sólido que había sentido nacerle dentro estando con Alice se había disipado como el olor en el aire y ya no lo notaba. Se hallaba solo en su cuarto, en medio de un montón de folios cuajadosde inútiles divisiones. El reloj marcaba las tres y cuarto de la mañana.

Cogió entonces el primer folio, aquel en cuyo centro había escrito los dos números, y se sintió imbésil. Lo rasgó por la mitad, una y otra vez, hasta que los bordes superpuestos resultaron tan duros que pudo pasarlos como una cuchilla bajo la uña del anular izquierdo.
La Soledad De Los Números Primos

Paolo Giordano

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Que cual es mi deseo? Dejar de ser una frustrada de mierda (ya que no puedo pedir un "giratiempo" como para haber arreglado algunas cosas).

Ojalá que esta huevada nunca más me vuelva a pasar.

eso.

martes, 25 de octubre de 2011

NO PRETENDÍ ENSEÑAR.
DE HECHO, CREO QUE ME FALTÓ APRENDER, DEMASIADAS COSAS.

Da igual. ya no existe ni el tiempo ni el espacio.

domingo, 23 de octubre de 2011

A una semana de mi día prometedor


10:22, me aburro. la profe marcela acaba de poner la nueva diapo. Justo ahora que tomo mi cuaderno y me hundo en mi inframundo mental. Tratando de rescatar algo coherente.
Tengo a Travis en mis oídos ("I Love Yoy Anyways"), con el consuelo de que esos versos podrían ser para mí. De acuerdo, esto no tiene nada de coherente (me daré unos minutos en copiar la diapo de "Programas Contables y de Gestión").
Bien. Terminé la diapo y acabo de oír "More Than Us", ahora estoy con "Writting To Reach You". Si. Es mi momento sentimental. No sé. Igual sería algo digno de ver, eso de que un tipo como éste se plante bajo tu ventana y te cante con una guitarra y una rosa en el bolsillo. But, well. Esas son cosas que en definitiva pasaría en otro tiempo, en otro mundo en el que existiese la gente buena; Los chicos con sentimientos nobles. No puedo decir que no he conocido algunos asi. En fin... no me pasó nada con ellos. Eso me hace pensar en lo frivola que me he convertido. Soy superficial como todos . No hubiese podido conformarme con uno de ellos, ay, soy demasiado exigente. Y tal vez por eso he estado siempre sola.
Me gustaría tomarme unos días para pensar en aquellas cosas que realmente me harían feliz y en lo que debiera de hacer para alcanzarlas. Pero, estaré ocupada (Business; too mainstream). De hecho, me quitaré el uniforme San Juan de Dios para ponerme provablemente el de AFP Provida. Trabajaré en cotizaciones previsionales, afiliando gente, llevando balances generales. Mi cabeza colapsará, y sé que no es sano, pero es lo correcto. Sacrificarçe el verano para que, con lo que me den pueda cubrir los exámenes de mi mamá. El resto lo ahorraré para la universidad.
Será un año duro. Pues mis expectativas de surgir haciendo lo que me gusta me lo han impuesto así como requisito.
No será un año perdido. Eso espero.

A la tarde dormiré temprano. Y leeré, tal vez.

21-octubre-2011

domingo, 9 de octubre de 2011

Empatía o identificación (Reseña de parte de mi historia)


No se qué me dío ayer y hoy... Eso de ponerme a leer la coleccion de revistas de vivienda y decoración del Mercurio. Esas que se encargó de juntar Cristian, mi hermano, y que en su momento mi papá no nos dejaba hojear porque decía, se podían "hacer tira". Es algo normar que luego de un Hobbie como éste se te despierte un deseo de orden, de limpieza, en tu propio cuarto, en tu propia casa.Observé los respaldos de la vieja cama de dos plazas que papa compró hace mas de treinta años y que mamá nunca uso. "Algun día le restauraré a ella junto con sus muebles y haré del cuarto de mi madré algo sencillamente soñado", pense.
Claramente, en mi aseo no conseguiría resultados semejantes a los ilustrados en aquellas exhibiciones, pero digamos que puse de todo mi empeño para que se viese lo más agradable posible.
Viendo la hora un poco asustada y asumiendo que saqué la vuelta todo lo que pasó de día para eludir mi lectura obligatoria de "El Jardin de al Lado", comprendí que ya no podía alargar más mi irresponsabilidad ante el compromiso que entable conmigo misma, con mi promedio de lenguaje. Con el anhelado 6,9 semestral.Tome dicho ejemplar y acostada en ese sofá burdeo le abrí. Es rara la forma en que este libro ha hecho que me inserte leyendolo. Es decir, son pocas las ocaciones en las que me he dedicado unicamente a el, pero cada vez que lo hago logro avanzar casi 20 paginas al hilo o más.
Este sujeto, este escritor de 50 que vive con su mujer, Gloria, en Sitges, España, Qué en algún buen tiempo enseñaba Ingles en la Universidad, junto con dedicarse a la escritura, se hallaba allí en el departamento (o "piso", como se correjía a si mismo) de su amigo Pancho, quien se lo cedió a el y Gloria por los dos o tres meses siguientes. Pancho, ese amigo de infancia que ahora es pintor reconocido por el mundo entero. El exitoso Pancho. El de talento innato. El de olfato de posibilidades más eficiente que este hombre conocía. Se hallaba allí, solo. Contemplando el jardín de del vecino, duque de no sé donde, quíen gozaba del riego de este pedazo de bosque virgen, de este pedazo de vida, encajonado en lo que se limitaba a sus dependencias privadas.
Y monologueaba, una vez más como en el resto del libro, narrado en primera persona. Recordaba con nostalgía a su madre, a su casa en calle Roma, a su padre que él pensaba estaba llamando a su esposa desde el otro mundo para que fuese a hacerle compañia. Pensaba en si mismo, que no podía regresar a su país a entregarle buenas nuevas a esa madre, quien no estaba al tanto de su situacion economicamente decadente. Que su hermano Sebastián tubo que prestarle dinero. Dinero de la herencia ocupado en gastos de dos o tres meses.
Detube mi lectura bruscamente. Miré las tres fotografías de el muro que me quedaba en frente. Esas dos en las que aparece mi hermana y yo, a los 3 y 4 años, calculo. Y esa otra, de mi padre con mi madre, en mi paseo de quinto año a Lota. Cerré el ejemplar fotocopiado. formulé una idea basada en mis propios recuerdos y experiencias. Una idea que acercaba a ese escritor de 50. Se me nublo la vista por lagrimas que al final no lograron escapar de mis parpados. Recordé mi propia desventaja.

Recordé esos "Early Times" de mi familia. Esos tiempos que solo conosco por los cuentos de mi madre, ya que yo aún no nacía. Mi padre debe de haber bordeado los 40 y fue uno de los primeros en ir a trabajar a la Industria de Nacimiento. En esos tiempos la paga por esos trabajos era muy buena. Mil pesos eran el doble o algo más. Él trabajó en camiones que cargaban madera. luego entro a una parte que era algo así como un laboratorio. Se compró un auto. Hacía regalos a mis primos, tías... Además, le una buena parte de las tierras que dejó mi abuelo. Por razones que desconosco, decidió vender.
Mi hermano presenció esa buena época. a mi edad, el tenía mas oportunidades para estudiar. Yo he aprendido a no envidiar de los demás... solo hay algo que me molesta. es eso de que halla pasado por mas de tres institutos o universidades y que mi padré le apoyase siempre (esa es la versión que manejo). Me molesta eso de que al final de años de estudio, no sacase nunca su título de tecnico en diseño arquitectónico (o como se llame).
En este mismo momento, se me vino a la mente eso que mamá me contó hace un tiempo. Yo y mi hermana jugabamos, lo más provable, en el suelo. Ese suelo de una sala de Living pero sin muebles, sin pintura (Mi padré tubo que esconderlo todo por años. Tenía una orden de embargue por un accidente automovilístico del cual el no tenía culpa. pero tampoco tenía de un abogado que le defendiese), rodeado con las muñecas, con los juegos de cocina de plastico, con los peluches... y mi padre nos observaba. Se acerca a mamá y hablan de nosotras. De que a pesar de todo, eramos buenas niñas. de que sacabamos buenas calificaciones en el colegio...
"Una lastima... solo espero que cada una encuente un buen hombre ya que, provablemente, saliendod de cuarto medio nunguna de las dos pueda estudiar".
En esa ocación mama tambien me contó de su enfado ante tales palabras y yo, sentía una desilución más frente a la ya no inmaculada imagen de el hombre que me crió y me enseño a leer antes de entrar a kinder. Una imagen que desgraciadamente se ha tornado aun mas gris, por motivo de otros asuntos que mamá me conto. Asuntos que no me siento preparada para narrar aquí y ahora. Estos tal vez puedan formar parte de el libro de nuestra vida. Libro que por ahora es solo es un proyecto. uno que no sé si tenga el tiempo y la fortuna de concretar.
Hace unas dos semanas, discutí con mi hermano su intromisión frente al tema de mi futuro el próximo año. Fue una instancia desagradable que surgió de un comentario de mamá en la mesa con respecto a una importante deuda "x". El expresó no estar de acuerdo con mi proyecto de irme a Concepción con Ingrid. "Con qué plata", me decia con ese tono muy suyo para decir ciertas cosas. En fin, luego de plantearle que no quiero ni aceptaré de su dinero, me retiré, llorando, de lo que era un ambiente para nada familiar. Preferí no alargar una discución que injustamente oída por Martin. Pero el quería seguir hablando. "No tienes para que llorar", decía. Hice un intento por hacer salir mi voz siquiera para expresarle que aveces, no sé él, no se puede controlar el llanto. No es una cosa que tu quieras que no te salga y no te sale. El llanto a mi me afecta tanto como me afectan mis mejillas incenciadas de rojo cuando me siento incomoda, intimidada y en desventaja. Concluída mi dificultuosa respuesta me retiré a mi cuarto a puerta cerrada. Me puse a hacer unas guías de matematica que forzosamente tube que salir a buscar al living, en donde Cristian continuaba vociferando solo, dandole vueltas a un tema ya más que desgastado.
No logro hacer memoria de otro momento en que no halla podido controlarme, aparte de aquel entonces. solo se me venía a la cabeza esa tarde en que mamá me da la noticia que "el papito está en el cielo". Esa tarde en que a mis once años volvía a incarme en el suelo, pero esta vez con ambas manos tapandome el rostro, llorando terriblemente y preguntandome inutilmente en voz alta "¿Por qué a mi?".
Tal vez deba agradecer de ese día, hace dos semanas atrás. ese día en que me devolvieron el don de llorar. Esta bien. Puede que no le halla querido en ese momento.Pero puede ser bueno eso de saber, que pese a las duras experiencias, aún queda algo de fibra humana. Tener certeza de que el cascarón que yo misma moldeé sobre mi, no se está engrosando y acabando con mi nucleo, con mi persona. Aunque, por supuesto. Tengo quetrabajar en mi fortaleza.
¿Uno puede ser algún día una roca? Si. Pero la idea, es convertirte en una "roca noble".

miércoles, 5 de octubre de 2011

Muy dificil de explicar.



No sé por qué no me voy a dormir de una vez. Esta vez me es necesario expresar mi disgusto por lo aburrido que se ha tornado mi ir y venir esta semana. No he parado. Recién hoy podría decir que me siento algo despreocupada por mis evaluaciones, pero por otra parte no puedo dejar de pensar en las nuevas materias del preuniversitario, en las formas de organizarme la proxima semana, que debo mantener o elevar mi promedio escolar y el de la PSU. Surge tambien la preocupación por saber en donde se definirá mi práctica profesional, la que posiblemente me de trabajo por todo el proximo año, ya que tal vez no entre inmediatamente a la Universidad.
Me parece insólito como mis compañeros pueden estar tan relajados. Tiendo a comparar mi situación con la del resto y, es verdad. son totalmente hetereogeneas, pero la mía no se encuentra dentro de las peores. Es eso lo que no me hace comprender el comportamiento tan liviando de los que estan mas desventajados que yo.

Ademas, tengo enorme nostalgia por haber abandonado mis aficiones y gustos. Ya no practico guitarra ni mucho menos me planteo dedicarme a la musica de por vida, aunque sea esta mi real pasión. Ingles es un instrumento y muy ventajoso y me permitirá acercarme a culturas que me parecen atractivas; Sin embargo ser bilingue, a pesar de que me interesa, no sé si me haga completamente plena. Pensar que esa sola desición determinará mi camino de toda una vida.
Mi nerviosismo me tiene mal. He notado que hay veces que no puedo controlar ni mi estado de ánimo. Hay personas que me irritan facilmente. No tolero que la gente esté muy encima de mi. Que observen lo que hago, que me saquen de ejemplo, que me carguen sus responsabilidades, que dependan de mi... Lo que más odio ahora último es que me pregunten estupideces. Creo que existe en mi un gran recelo por la gente incompetente o los que juegan a hacerse los tontos. Lo detesto.

Pienso que es por eso que extraño compartir de par a par con alguien más. Es totalmente necesario sentirte comprendido con un, no sé, partner, amigo, y que ojalá experimente algo similar a lo que me está sucediendo a mi. Porque no veo otra mejor manera de comprenderme que vivir lo que yo vivo.

Aveces aburre ser diferente o poseer una concepción singular del mundo. Creo que es un poco lo que les sucede a los grandes precursores de un determinado ideal o técnica o ideología. Se aburren de la soledad de ser únicos en su tipo de grandeza. Buscan gente que en vez de llenarles de Halagos o menoscabos, compartan experiencias similares, posean un mismo nivel de entendimiento o sean lo suficientemente sabios como para aconsejarles.

Creo que me siento deseosa de aprender de alguien más.

lunes, 3 de octubre de 2011

DIFICIL... ¿QUE ES DIFICIL?


Es dificil que, eso último que piensas antes de quedarte dormido se vuelva, al cabo de unas horas, una realidad onírica.

Una llamada telefónica que, aunque estube deseando, no dejó de sorprenderme. No recuerdo qué decías. Pero parecía no referirse directamente a lo que te motivo por contactarme. Te pregunté una serie de cosas circunstaciales. "¿Por qué llamas?" "¿Ahora que quieres?" "¿Por qué yo?". Da igual. A pesar de mi insistencia, no respondías.

Colgaba, Y volvías a llamar. Una y otra vez. Así pasamos eternos minutos. Inmersos en un diálogo interrumpido que no se concretaba jamás. Que no iba orientado a ningun destino. En ocaciones cantabas a mi oído una que otra cursilería corriente, hecho que me resultaba repulsivo.

¿Repulsivo? Bueno, sí. Eso era lo que mi mente quería que yo sintiese. Pero tal vez no logró su cometido completamente.

Y cuando me volvía un mar de inquietudes, volvías a quedarte en silencio. ¡Que irritable te pones aveces! Tu respiración al otro lado del foto no me decía nada. Realmente detesté que no dijeses nada.

Comprendí que conseguías una vez más tu propósito. Solo me descompensaste con tus declaraciones espontaneas, fundadas en ninguna base. Como lo haces siempre.

domingo, 2 de octubre de 2011

LUISA

La Luisa es rara. Odia ser así, pero más odiaría ser como la Antonia, supongo. Aunque tal
vez no y por eso le hablo, porque le cacho su punto débil y ella me trata distinto. Como que
me odia por andar con mis amigos y salir con minas que son la antítesis de ella. Así y todo,
me acepta. Es inexplicable, pero cuando estoy solo con ella siento que no me mira tan en
menos y que hasta se entretiene, porque está claro que, si no fuera por mí, la Luisa
Velásquez sabría menos del mundo de lo que cree saber; yo siempre le he dicho que en vez
de leer debería vivir, pero a ella todavía no le queda claro, le parece un mal consejo. Lo
latoso de su estilo es que nunca puedo sincerarme ciento por ciento con ella. O sea, me
cuesta decirle ciertas cosas, contarle todo esto que siento ahora, explicarle que no quiero
volver, que hasta tengo pena, pero nadie lo sabe. Y tampoco quiero que lo sepan.

Creo que sé por qué no me abro con la Luisa Velásquez: es porque en el fondo me admira.
Si llegara a conocer todas mis debilidades, probablemente dejaría de interesarle. Me gusta
que ande detrás mío, que sea incondicional. Estoy seguro de que en el fondo detesta y
reniega de esa atracción que siente por mí. Como que nunca se lo va a perdonar a sí misma,
y sabe que debería canalizar todas esas energías hacia un tipo más parecido a ella, un
huevón más mateo, más tierno, como el Gonzalo McClure, por ejemplo. Pero la mina tiene
su lado masoquista: por eso sigue hueveando conmigo. A mí me gusta provocarla. No
resistiría que me cambiara por otro. Para torearla, sacarle celos, me acerco a ella lo
suficiente para que huela mi aliento y le respondo:
—Sí, lo pasé increíble, Luisa, ¿y qué? Todos lo pasaron bien, supongo. Aunque hay pernos que no
entienden nada y que seguro lo pasaron pésimo y, como son tan re-huevones, te apuesto a que ni se dieron cuenta de que se farrearon el viajecito. Después se van a arrepentir. Uno tiene diecisiete
solo una vez en la vida, ¿me entiendes?
—Yo en realidad no lo pasé muy bien —me dice.
—Oye, superinteresante la conversa y todo, pero yo estoy en otra y me tengo que ir a sentar —
nos interrumpe en la más certera Lerner, que se había quedado mirando las luces de la pista
mientras la Luisa Velásquez y yo analizábamos el viaje.
—Nos vemos allá —le digo, no sé por qué, cuando la verdad es que lo único que deseo es
arrancarme de esta mina. Algo me dice que debería virarme, dejarla sola, pero algo más me impulsa
a quedarme, a seguir conversando. Es raro, prefiero estar con ella antes que solo. La Antonia está
con su grupito de amigas; ni siquiera se acuerda de que existo—. Así que no lo pasaste muy bien:
está malo eso —le digo a la Luisa.
—Te convido un café —me dice ella.
—Paso.
—Sentémonos, entonces.
—Fumaste marihuana, ¿no es cierto?
—Sí, qué horror, ¿no? Ma-ri-hua-na. Maconha. Esta juventud chilena está en decadencia, no hay
nada que hacer.
—¿Te queda algo?
—Hey, cálmate. Un poco tarde como para ponerse al día. Lo pasaste como las huevas, lo entiendo,
pero no exageremos. Ademas, se me acabó.
—Te gusta caer mal, Matías. Lo haces a propósito.
—Cada uno hace lo que puede.
—Y si tuvieras marihuana, ¿me darías?
—Gratis, no. Si me la pagaras, seguro. No soy tu padre. Si deseas arruinar tu vida académica, allá
tú. Cada uno cava su propia tumba.
—Es que no doy más.
—Son como las tres de la mañana, hora local. Más que comprensible.
—En serio: me parece insólito la cantidad de plata que gastaron mis padres para mandarme en
este estúpido viaje sin sentido, plagado de gente arribista, capaz de hacer cualquier cosa con tal de
figurar, de pendejos vírgenes que vinieron a descartucharse con alguna mulata y de niñitas que
vinieron a comprar blusas y pole-ras y trajebaños y trataron de ligar con argentinos.

Hey, yo también estuve aquí y nunca tanto. El colegio es una mierda, todo el mundo lo sabe. El tour era bomb, otra auténtica mierda, y el
hotel dejó mucho que desear, pero al menos tuvimos la oportunidad de hacer lo que se nos
diera la gana, de estar lejos de Chile, de conocer gente bastante más simpática que los
huevones que vagan por el Shopping de Vitacura. Y eso es lo que importa. El resto es
pajearse. Y tú qué esperabas, ¿bailar todas las noches?
Ella me observa, abre los ojos y, por un instante, hasta se ve bien. Increíblemente, las luces
fluorescentes le sientan. Siento que debo decir algo contundente, ella lo espera, siempre
espera cosas de mí. Eso es lo que me complica: siempre está esperando que le diga cosas,
que no la abandone, que la sorprenda. Me carga que la gente espere cosas de mí. Me
enreda, me complica, me obliga a responder. Ella sigue observándome. Barajo la
posibilidades, respiro profundo y me largo:
—Mira, Luisa, nada personal, pero un viaje no te cambia. Te hace cacharte mejor o te sirve para
ver qué onda tienes con Chile. Como me dijo la Cassia, que ha viajado por todo el mundo, cambiar
de país es mejorar tus opciones. Lugar nuevo, cosas nuevas, algo así. Depende de uno si desea
tomarlas o no. A diferencia de Chile, que es bomb, aquí puedes hacer lo que quieras. Hasta puedes
ser otro. Si logro convencer al huevón de mi viejo, yo vuelvo el próximo verano y mando Reñaca a
la mierda.
—Y tú realmente crees que aquí fuiste otro. —Lógico. Maduré más que la cresta. Lo probé todo y
no me arrepiento de nada.
—Te felicito, entonces.
.—Gracias.
—Tú no te das cuenta de nada, Matías. Eres increíble. Ni la ironía eres capaz de digerir. Yo no sé
por qué engancho contigo. «Maduré más que la cresta». No me hagas reír. Cuéntale ésa a la
Antonia, no a mí. Ni siquiera somos tan amigos para que me mientas así.
—Hey, ¿qué te pasa? Eres bien extraña, no sé si te lo han dicho. Anda a practicar tu sicología al
pedo con otro. A la gente normal nos gusta juntarnos con gente normal. Así que si no te gusta, te
vistes y te vas.
—Las verdades duelen, ¿no?
La quedo mirando y casi le mando una sonrisa inocente porque cacho que quizás en algo
esta mina tiene razón y, después de todo, estuve más que lo normalmente insoportable y
debería tratar de enmendar mi mala onda. Ella se arregla en algo su pelo, se da como vuelta,
comienza a morderse las uñas, sin comérselas, y se queda mirando a la ventana y las luces
del aeropuerto. Está lejos, eso se nota. Debe estar odiándose a sí misma. La Luisa
Velásquez es capaz de deprimirse y pegarse un volón existencialista a lo Pink Floyd sin ni
siquiera avisar. No hay nada que hacer. Es como si se hubiera ido. Me siento algo mal, pero no debería. Conmigo no se juega. Ella lo sabe mejor que nadie.
Despierto de golpe. El aeropuerto sigue aquí y yo también. Los ojos me arden, pagaría lo
que fuera por unas gotas de Visine. Al Lerner, que no entiende mi rollo traté de explicarle lo que sentía, pero solo me habló de lo urgido que estaba: no tenía
claro si la negra que le chupó el pico en una boíte de Copacabana era hombre o no, ya que
nunca se sacó toda la ropa y tenía las tetas demasiado grandes y duras para que fueran de
verdad. Está ahora a mi lado, durmiendo, acurrucado en el suelo, como si fuera el Boris, su
famoso pastor alemán, soñando con la negra o el negro aquél. Del bolsillo de su chaqueta
de lino sobresale su pasaje: el pasaje de regreso.
Busco el mío y cacho que no está. Pánico. Sabía que lo iba a perder, debe estar en el hotel,
se me quedó en Leblon, tendré que avisar al consulado, la profesora jefe me va a matar.
Reviso mi bolso Adidas. Ahí está. Falsa alarma. Por un segundo imaginé el caos: «Se queda
aquí, por huevón». Y yo, poquito contento, saldría en ese caso a la autopista, a hacer dedo,
y una camioneta sicodélica, llena de surfistas, me llevaría y me bajaría por el Rio Palace, en
pleno Copacabana, metería mi polera Hering y los Levi's blancos en el bolso, me lanzaría al
agua y la Cassia se me aparecería por detrás, me agarraría el pelo mojado y querría hacerme
una colita. Y me diría, como esa vez: «Te verías bien con el pelo mucho más largo». Y yo
me daría vuelta, le diría «¿ah, sí, ah?» y su nariz, esa nariz tan linda, estaría bien quemada.
En el agua nos besaríamos, las olas cruzarían por entre nosotros y ella me diría, entre
abrazos y cosquillas: «Ahora te vas, ahora es tu hora: te toca nadar».
Camino unos pasos por el aeropuerto y no me siento nada bien. Mi fantasía me parece bomb, de
segunda categoría. Siento pena, y sueño, algo que se termina y no termina nunca, y el avión que no llega. Todo esto me parece una tortura, no debería ser. Me duele la cabeza, todo rebota en mi interior, como en un parlante sin baffle. Y el avión que se atrasó en Dakar por algún problema del tren de aterrizaje. Llego a un teléfono. Lo levanto y, claro, no tengo su número, no puedo comunicarme con ella. Lo sabía y se me olvidó. Igual escucho el tono, que no es el mismo de los teléfonos en Chile y desde ahí, a lo lejos, en una curva del edificio, escondida, veo a la Antonia leyendo, leyendo una revista con una paz y una tranquilidad imposibles, que envidio pero no entiendo, ni entendería aunque tratase.
La observo: me parece perfecta, al menos para mí. Por eso también la siento lejos. Y como
que me gusta eso. Tiene puesto sobre su pelo liso, esa melena color miel, el sombrero ése
que le regalé, o que ella me quitó: el sombrero del Tata Iván, mi abuelo, que me robé
cuando cumplió los ochenta y hubo esa gran fiesta. El sombrero —algo increíble— es un
calañés de los años veinte. Húngaro. El calañés, tal como lo supuse, se convirtió en la
envidia de todos. Fui yo quien los puso de moda en Las Condes. En el DC-10 que nos trajo
a Rio, todos querían ponérselo pero yo se lo di a la Antonia, se lo di cuando salíamos de
este mismo aeropuerto y se largó a llover, y yo caché que no quería mojarse el pelo, así que
se lo ofrecí. Ella, que casi nunca acepta un gesto así, un regalo, me dijo «gracias, me salvaste de empaparme entera».
El fono está junto a mi oreja, sigo oyendo ese tono extraño. La Luisa Velásquez está cerca.
Trata de escuchar lo que estoy hablando:

—Voy a volver, vocé lo sabe... ¿sí?... También... Sigue durmiendo... ¿Me vas a echar de
menos? Anda a Chile, te enseño a esquiar... Sí, Cassia, eu também te amo. Y cuelgo. No sé
por qué lo he hecho, mentir así.