sábado, 11 de enero de 2014

-Qué rápido te late el corazón. 
- No tengo corazón. 
-Entonces qué es lo que suena. 
- Suenan los cuervos. Aletean dentro, haciendo fluir mi sangre. Yo ya no soy como el resto, hijo. 
- Llámame chico.  
- Me sacaron el corazón, chico.  
- Cuéntame la historia. 
- Es lo más muerto de mi parte viva. 
Me sacaron el corazón entre todos y pusieron una cuna de cuervos en su lugar.                
- Será un nido. 
- No. Era una cuna, con dosel. Una de esas que llaman moisés. Estaba llena de huevos. Es mi historia. Yo sé cómo es. 
Era una cuna llena de huevos, sí. Luego se rompieron y salieron los cuervos. Los cuervos que aletean en mi pecho, que me permiten seguir viva algún tiempo más.  
- ¿No puedes variar esa historia? 
- Si la variase, los cuervos no volarían por mis venas, ni irían ocupando mi espacio vivo hasta que mi parte izquierda estuviera tan quemada como la derecha.  
- ¿Duele? 
- A veces. 
Por las noches no duermo escuchando sus graznidos. Pero de momento son mis aliados. Ya te he dicho que me permiten seguir viviendo. Cuando dejen de batir sus alas, por agotamiento o por lo que sea, moriré.  
- ¿Cómo morirás? 
- Es sencillo. Migrarán a través de mi sangre, ocupando todo lo que queda sano, volviendo la piel negra como sus plumas. Luego saldrán por mi ojo seco.  
- Cría cuervos y te sacarán los ojos. 
- Eso dicen. Pero yo no elegí criarlos.  
El cepillo calló al suelo desde la mesilla del espejo, como si supiera por adelantado que lo utilizarías para acallar el chirrido".
María Zaragoza. Cuna de cuervos.



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