Lleno de gente, de ruido desconocido. No sabía por dónde caminar, sin
tener que empujar o ser empujada. Las demás caminaban más rápido, hablando
animadamente sobre lo de la otra noche, en que salieron solo ellas. Estaban
dispuestas a cruzar la calle a mano derecha.
Les siguió lo más rápido que pudo, pero chocaba con el
gentío, y los auriculares se le habían enredado en la ropa. Les acomodó y levantó
la vista, buscando a sus dos amigas. Miraba y miraba nerviosamente, y entonces algo le comprimió el pecho desde adentro. Allí estaba él, ya fuera de una
fotografía antigua por primera vez, a 10 metros de distancia, acompañado de chicos de su edad. Fue menos
de un segundo, calculo. Sintió un pudor espantoso. No se atrevió a retener la
mirada ni por el más estúpido impulso. Solo se quedó al borde de la acera. No
pudo cruzar la calle. Sus piernas le temblaban. Las demás, ya del otro lado y avanzadas dos cuadras,
dieron la vuelta.
-¡Qué haces allí! Gritó una que le había encontrado, moviendo su brazo con exageración. La gente le miró con extrañeza.
Era justo lo que la chica no quería. Lentamente, solo dijo “vámonos, por favor”. No le
escucharon, la voz apenas le salió. Vagamente, pudieron leerle los labios,
acompañados de un inusual rostro angustiado. Para comprobar que no le veía igual
que los demás, lo buscó y le encontró, en la misma calle del frente, algo más
adelante que antes, con la mirada puesta en ella. Entonces él supo quién era
ella.
La chica, con la ira de no conseguir la urgente prudencia de
sus amigas, y con pánico por aquel mutuo contacto visual, echó a correr. La
gente volteaba hacía ella. Verle pasar era como para creer que había sido un
asalto. El viento otoñal le invitaba a botar más lágrimas de las que ya le
caían. Corrió hasta que sus pequeños pulmones casi no lo soportaran. Alguien se
le interpuso en su camino, llegado apresuradamente desde una calle
perpendicular.
-¡No, no, no.… por favor, solo… dejame!- comenzó a balbucear
ella.
-¡Para, para…! Solo dime. Por qué te pusiste así?
-No sé, no sé no… ¡Dejame!, por favor… - la niña era como
ver a un crío de 5 con terror de ir al kínder. Apenas se dejaba ver el rostro.
Se lo cubría con ambos brazos. Él no pudo contenerse y la abrazó fuertemente.
Habrá creído que era lo correcto. Solo habrá sido un ataque de pánico, pensó.
Pero no dejó de preocuparle. Parecía enferma.
-Perdón. Perdóname… perdóname, vale- dijo él.
-No puedo… controlarlo... cómo detenerme. Solo… quiero calm…
Súbitamente el temblor se detuvo. Sus brazos se soltaron de
la chaqueta del muchacho. Cayó desmayada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario