viernes, 1 de febrero de 2013

Me aburrí de la apatía.

No me gusta el silencio. Muchas veces se entiende como mala onda. Por eso no me gusta. No me gusta cuando se prolonga por demasiado tiempo, aunque de por sí ya me cuesta sociabilizar. No me gusta ir por la calle esquivando gente. Se entiende como si sintiese algo de repulsión, y en realidad la mayoría de las veces es solo pudor...

Hay algo importante que he aprendido en el trabajo en donde estoy. Allí, en el casino, corremos todo lo que dura del turno... a veces estamos tan ocupados que no nos da para levantar la cara y cruzar mirada con el resto. A veces no tienes idea de quienes están a tu lado. Cada vez que puedo, yo lo intento. Lo he hecho así con quienes se han portado bien conmigo. Quienes responden a mis peticiones de ayuda... en fin. Ahora lo hago con casi todos. Voy por ahí, y con quien me cruce le saludo, o solo le sonrío, si ando corriendo más de la cuenta. Y cuando no tengo más que hacer me ofrezco a lo que sea, incluso pelar papas, zanahorias o cebolla, lo que no es de mis mejores habilidades. Con el tiempo pude notar que a muchos se sintieron bien con eso, incluso cuando ando despistada me hablan, me saludan primero (por mi nombre, ya me conocen bien), me preguntan como voy con mis tareas. Hoy la señora que prepara las ensaladas me expresó su lata por mi partida la proxima semana. Quería tenerme en febrero con ellas. Me dio un poco de pena. Dentro de algunas irregularidades y puntuales incomodidades, hay buena gente ahí. De eso me pude dar cuenta.

Si en el fondo pertenecer a una sociedad implica comunicación, y ojalá cooperación y cordialidad. Así andamos mejor en el trabajo, en los grupos de estudio, con los amigos, con la familia.




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