Si decepcionarme significa ser consciente de una realidad que pocos ven, prefero ser eternamente decepcionada. Siempre he tenido los ojos algo más abiertos que el resto. La gente me ha tachado de ingenua, de inocente. En efecto, me reconozco inocente en muchos aspectos. Creo que estoy bastante más limpia que aquellos que se tachan a si mismos de inocentes. Pero ingenua, jamás. Aunque, que entienden ellos por ingenuidad. Ellos que se han encerrado a si mismos en sus burbujas de fantasía material y superficial. Ellos que no critican al mundo ni a si mismos. Ellos que se cierran al dialogo, a doblegar sus dogmas. Ellos no tienen idea que se cierran a las verdades, al conocimiento. Ellos no tienen idea que tienen miedo. No tienen idea que así no se crece, que ellos son los verdaderos ingenuos.
Mis ojos ahora están aún más abiertos que hace años atrás. Mi vida, por ende, es ahora más dura que años atrás. Sin embargo cada vez que caigo y sufro y me critican, aprendo algo nuevo. cada desequilibrio me reestructura. Cada día me actualizo, crezco. Cada día soy más genio. Cada día, aunque ni yo misma me lo crea, soy más fuerte.
Y doy gracias a la vida por darme oportunidad de apoyarme de personas que experimentan el mismo proceso que yo. Ellos, mis amigos, mis compañeros, son mi referente de humanidad. Mi lealtad siempre estará con el que sueñe al igual que yo con transformar al mundo. Con el que sueñe con despertar del sueño profundo de la potencial renovación social, que está ellos, los pequeños jóvenes prójimos. Nuestros alumnos, hijos, sobrinos, nietos, merecen saber que son capaces y tienen el derecho de conocer y cambiar el mundo.
Mi lealtad siempre será con el que se desprenda de sí para apoyar al hermano. Con el que no tenga temor a la realidad, a este mundo destructor de la humanidad e ignorante de los Principios Universales. Con el que no tenga temor de quitarse el parche de la boca y gritar "lo que nunca ha de ser gritado".
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