martes, 18 de marzo de 2014

"Dos hombres, seriamente enfermos, compartían una habitación en el hospital. Uno de ellos podía sentarse penosamente en su lecho por las tardes, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la pared. El otro debía pasar el día de espaldas, mirando el techo.

Ambos hablaban sin parar. Recordaban a sus familias, casas, trabajo, los lugares donde pasaban sus vacaciones, su amor por los animales, las flores, la naturaleza. Todas las tardes, el enfermo que podía sentarse pasaba una hora describiendo a su vecino lo que veía por la ventana. A medida que pasaban las tardes, el vecino empezó a vivir para esos breves momentos de felicidad que alegraban ssu paralizada existencia. Su mundo se ensanchaba y, en sueños, recorría avenidas, jugaba con sus recuerdos y gozaba callado en ese nuevo mundo de maravillas.

La ventana daba a un parque con un lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, niños empujaban sus veleros y reían como únicamente los niños saben reír, con todo el cuerpo, porque solo ellos conocen el significado de la vida. Los enamorados paseaban entre flores y arbustos o se sentaban a la sombra de los arboless que adornaban el paisaje. A lo lejos se veía la ciudad, se oía el tráfago del tránsito y la urgencia de las avenidas, a medida que los transeúntes apresuraban sus tareas cotidianas. 

Cuando el enfermo cercano a la ventana describía estas cosas, el otro cerraba los ojos e imaginaba las escenas; agregaba sus recuerdos, fantasías y anhelos, sus propias dichas y desdichas -como hacemos al leer un libro y conversar con el autor- Recordaba a sus seres queridos, hablaba y reía con ellos, olvidaba su condición penosa y vivía de nuevo una hora de felicidad. 

Pasaron dáis y semanas. Una mañana, la enfermera que ordenaba vio que el narrador había muerto durante la noche. Entristecida, llamó a los ayudantes para que se llevaran el cadaver. Pronto el sobreviviente pidió ser trasladado al lecho de su fenecido vecino. La enfermera no puso objecioness, acomodó al enfermo y salió de la pieza. Lenta y penosamente, el pobre hombre se apoyó en un codo para voltearse hacia la ventana y ver el mundo exterior. Por fin podría tener la dicha de ver lo que su vecino describía con tanto detalle. En un esfuerzo supremo logró mirar hacia el lado... y vio una pared. Consternado, llamó a la enfermera, preguntó cómo y por qué su difunto amigo le describía escenas deleitables inventando una ventana ilusoria. La enfermera contestó que el muerto había quedado ciego años antes, en un accidente".

Pierre Jacomet
A propósito de la felicidad.
Lucidez Del Abismo.

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