“Enigmáticos; así son estos tipos”, me dijo. Este era un
concepto que yo ya conocía bien.
A veces voy por la calle y me encuentro con gente así. Gente
que tiene esa pinta de prejuiciar subestimadamente a todos, de creerse
superiores (por no estar a la moda, porque practican yoga, porque andan con un
libro de 1000 pags. en el bolso de cuero o sin marca, o qué se yo). Y te miran de arriba abajo,
armándose una idea bastante infantil de ti. Cuando les veo me renace un
resentimiento. Me dan ganas de quebrarlos. Sin embargo no hago nada. Justamente
en eso se basa mi respuesta; en no responder; en no sorprenderme ni inmutarme
por su presencia. Yo solo paso con la misma (o peor) cara de hielo, mirando al
horizonte, el suelo o al setlist del
reproductor de mi celular, mientras voy subiéndole el maldito volumen al
Progressive Rock o lo que sea que tenga al deleite de mis oídos. “Para no mi
existes. Deja de adjudicarte importancia, perfecto desconocido”.
Yo no soy así de indiferente. Lo soy solo con ellos. Porque
se lo buscan. Con el resto puedo ser un real amor, si me pega la gana.
Pero ¿Para qué esforzarte en ser un amor con quienes solo te
han ofrecido apatía?
Cada cual recibe el equivalente a lo que da, y punto. Que
paren de formarse altas expectativas.
Con estos tipos… nada de altruismo.
Me pregunto si a la edad de la Fran mantendré una convicción
como esta; o le diré a alguna chica, a alguna alumna, un comentario nostálgico
como el que hoy recibí. Eso espero. Espero volverme cada día más sabia. Los
errores son fuente de aprendizaje. Respecto a eso debiera de sentirme afortunada, porque de esos tengo de a montones.
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