viernes, 1 de marzo de 2013

Less than perfect, but beauty.

Cada 8 de noviembre, Patricia visitaba el Café de la Esperanza, ubicado en una esquina de los barrios antiguos de la ciudad. A las ocho de la mañana leía "El Árbol del Conocimiento"en una mesa a mano izquierda de la barra, acompañada de torta milhojas y, obviamente, un café con una y media de azúcar. Este año se cumpliría el quinto aniversario de dicha tradición, de la cual nadie, aparte de tres personas, tenía conocimiento. Una de ellas, era Amelia, dueña del Café.

Cada 8 de noviembre, 20 minutos después que Patricia, un afuerino entra al café tomando asiento a la derecha de la barra. Ella sintió su voz calmada saludando con dos palabras (“Buenos días”) a la señora Amelia, quien cada una de las veces que lo veía en el umbral, sufría la vertiginosa sensación de que podría ser la última.

Patricia nunca mira más que su espalda. Él nunca ve más que su boca y nariz, descubiertos por los lentes de sol.

Patricia escribió una breve frase en una agenda. Una frase más corta que hace años atrás. Le habla a la mesera en el oído, y le pide poner una canción. Este año era su turno. Escogió Jeanne, de Air. Pone cariñosamente la nota en su bolsillo, con una propina.

Dio la vuelva a la página rasgada, y volvió a escribir. Dio una vista rápida a lo que puso allí y luego, dobló el papel y lo depositó en un cofre de madera marrón. Bebió su café de un gran sorbo. Se le había enfriado. Entonces Pidió uno más. Mientras tanto, el afuerino se puso de pie dirigiéndose a la barra. Le entregó una bolsita gris, tejida a crochet. De paso le pidió un café más.

La joven mesera se acercó a Patricia con su café y la bolsita gris. Patricia le agradeció nuevamente con una propina. Permaneció unos segundos mirando la bolsita. Sus tejidos, sus formas, su textura… En eso, la mesera ya estaba al otro extremo, sirviéndole el café al afuerino y haciéndole entrega de la caja de madera marrón.

A Patricia el pulso se le duplicó por cada segundo. Abrió la bolsa, encontrando como de costumbre una nota, la cual leyó antes de ver el resto del contenido. En cuanto terminó de leer, fue por lo demás, y sonrío.

El afuerino bebió de su café y abrió el cofre. Al ver el obsequio entendió el contenido de la nota. Por primera vez, se río: Eran papelillos de marihuana.

Patricia se puso de pié y se despidió de Amelia, quien le vio con gracia el par de aretes que no lucía cuando entró. Al salir, se recogió el cabello con un palillo. Cruzó la calle y desapareció lentamente, a pie.

Veinte minutos después, el afuerino también se marchó.



“Que el brillo de la sonrisa que hoy no vi, se refleje en este obsequio. Espero que te agraden.”

“Acude a este obsequio cuando respirar hondo no sea suficiente. Doy palabra de que sí funciona.”

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