domingo, 21 de octubre de 2012

Tensión, Emoción... Miedo.

No he podido dejar de darle vueltas.
Suelo hacerlo, saben. Pensar y repensar aquellas cosas que marcan mi día a día. Es bueno, es malo... me da igual. Solo lo hago. Lo que ocurrió el viernes fue especial. Yo estaba ahí sentada dentro de la agencia. Luego de usar el cajero y llenar un poco mi billetera me dispuse a leer un texto de ética. Al cabo de unos minutos, cuando ya iban a ser las 15:00 me puse de pié. En realidad lo hice por el temor latente de que la juventud mormona sentada delante de mi se volteara a hablarme. Juro que me carga cuando me obligan a hablar de religión. Salí y el panorama no era mejor. Las bancas estaban llenas y no hallé mejor lugar para mi que un espacio libre al lado de la maquina de Pop Corn para esperar de pie.


Entonces me encontré nuevamente con él. Un chico como de mi porte y de mi edad, de cabello más claro que el mío, enmarañado sobre el rostro, sentado junto a su bolso de viaje, en la orilla de la pista que suele detener a los buses que vienen llegando. De hecho en ese momento una de esas maquinas decidió ubicarse justamente en ese espacio. El se levanto y de una patada movió su bolso a un lado, lo cual me causo algo de gracia. En eso me vio a mi que le miraba a él. Como siempre desvié la mirada. Me carga hacer sentir incómodo al resto. El oía música, y yo también. Él tenía unos auriculares negros enormes y batía sus manos cual entusiasmado baterista, y supuse que aquel era un rito un tanto punk. Yo zapateaba de vez en cuando. Me levanté del puesto que encontré al cabo de un rato, tomé mi bolso y camine hacia la maquina más alejada, a mano izquierda. No era la mía; no era la suya. Lo supe porque el chico ese toma el mismo viaje que yo, el de las 15:30. Me senté en otro lugar más alejado del anterior, el que me quedara mas cerca de donde estaba entonces. Él se escondió por un instante. Minutos más tarde me decidí a devolverme porque mi maquina ya había llegado y estaba de su lado, casi al final a la derecha. Él se adelantó de pronto en la fila para dejar equipaje, aún sabiendo que la preferencia era para los que teníamos como destino a Nacimiento. ¿Prisa? Tal vez... Independiente de que me estuviese evitando por pudor o que se yo, o no, tuvimos esa suerte de seguir encontrándonos, arriba, en el bus. Subí y un pasajero me cedió el paso y acabe detrás suyo. Tomó posición en el asiento 21 y yo en el 25. Y las siguientes 3 horas y media permanecimos así. Uno tras el otro, pero no juntos.
Era ese el momento en que reconocí que aquello era lo mejor que podría haber sucedido. Y eso era lo terrible. Era terrible que no hubiese cosa más allá mejor que aquella. Porque yo no sería capaz de hablarle, por cualquier tontera. El no sería capaz de preguntarme nada, aunque también lo hubiese querido. Yo no sé si era porque el aire tiende a ponerse más denso de lo normal arriba de esas cosas, o porque yo estaba justo con ese abrigo de piel de mi mamá, pero sentí ese sofoco que suelo sentir cuando estoy incómoda, nerviosa, ansiosa, avergonzada. A ratos lo controlaba, a ratos no. Mi cabeza era un caos, se los digo. Por toda esa amargura de tener que bancármelo ahí sin hacer nada... viendo como se me escapa la oportunidad de hacer un giro rotundo a mi polvorienta y aburrida rutina, conociendo algo más de él, que de alguna manera me atraía más que el resto. Se veía sencillo, vale. No como la mayoría de los que suelo encontrarme en la U... ya saben, los de delantalcito blanco que caminan con pinta de arrogantes aun sabiendo que sus malditas carreras están recién comenzando este año. Los de Ed. Física, saliendo de las canchas... gritando y armando alboroto, creyendo que el resto somos o la barra o la bola de porristas que por obligación han de vitorearles... O algunos ingenieros  más arrogantes y bien vestidos que el resto (si, existe un resto medio nerd, medio grunge, o medio "normal", que me cae mejor). El era como estos últimos. Si... tenía pinta de ser ingeniero, de ir en primer año y de no preocuparse realmente por verse bien para los demás. Eso me gustó, porque de alguna forma vi algo de mí reflejado en todo eso suyo.

Bueno la cosa es que estuve mal, nerviosa y sonrojada todo el viaje. A ratos miraba por el televisor que tenía en frente, por si podia verle a él. Por si había descubierto su rostro, luego de quitarse esa chaqueta que parecía sofocarle también. Veía algo, algo, muy poquito. Me parecía lindo. ¿Como se llamará? No se me ocurría ni un nombre. Tiene cara de qué. De Pedro, de Juan, Arturo, Javier, Gustavo, Antonio, Cristian, Enrique, Julian, Fernando, Nicolás, Felipe... qué se yo. Nada. No sabía ni sé hasta ahora nada de su nombre. Cuando dejaba de mirarle por el reflejo de la TV o por la ventana me miraba a mi, por la pantalla de mi celular. Consideraba en ese momento que estaba hecha un desastre. Bueno no se qué tan así habrá sido objetivamente. Digamos que he tenido mejores momentos. Y en definitiva los cachetes rojos no me vienen, en absoluto. Eso me carga, me hace sentir fea; me hace sentirme mal.


Victoria, Collipulli, Angol... Al llegar a Angol tuve miedo. Quedaba solo una hora, una maldita hora. Yo no creía que ocurriese nada, o al menos no me encontraba motivada de hacer nada por mi cuenta, como decirle al sujeto de su lado que le cambiaba mi puesto (es en ventana, vale?). No... nada de eso. Pero... tampoco quería que se acabase y se fuera. El se iría antes que yo. Y creí que sería en Angol, pero no. El solo aprovecho la instancia esa en la que el bus se detuvo saliendo de allí para acomodarse y mirar al rededor. Estaba inquieto, saben. En eso se volteo, miro hacia atrás, al fondo, y por último decidió mirarme a mi.
Me sorprendió, creo que el corazón casi se me sale por la boca. Me sentí desnuda (si... esa es una buena metáfora). "In fraganti."

Creo que esos eran los ojos celestes más bellos que he visto este último tiempo. Como los de S.W. Esa onda.
(D:)

Le respondí la mirada, con mis cafecitos, por unos dos segundos. Luego yo y mi expresión inconscientemente apática (la culpa la tiene mi ceño siempre algo fruncido) nos escapamos de ese observatorio, en dirección a la ventana. Al sol que a ratos salía entre densas nubes. Pero me sentí agradecida, después de todo. El viajecito no había sido tan tan fome. Al menos nos miramos. Ahora solo falta, no sé, sonreír estúpidamente como en las películas, y decir, "Hola, ¿Qué?¿Te puedo ayudar en algo?" y así nacería una amistad que vaya a saber una como acabaría.

Para mi equivocación, el chico este se bajó treinta minutos después, en la agencia de Renaico. Antes de que lo hiciera yo ya recordaba que había sido así la vez anterior, cuando iba en el puesto del fondo y yo hablaba en el de adelante con una amiga de mi hermana, que estudia Historia en la Cato. Sabía que ahí se detendría, entonces no tenía que prestarle atención. Estuve cabeza abajo escuchando música tristona, como de final, mientras el se acomodaba, se ponía de pié y bajaba por la escalinata de atrás, que estaba frente al puesto suyo y el mío. Se detuvo allí abajo en algo. Nunca sabré si quiso voltear de nuevo para ver si yo estaba ahí atenta a su retirada o no. Me hice la lesa todo el rato. Camino al otro lado de la maquina, casi bajo mi ventana. Se detuvo un instante ahí también. Tampoco se si desde allí quiso mirarme. Distinguí que caminaba, que se iba. Cuando despegue mis ojos de mis piernas el ya no estaba. Era solo un buen recuerdo.

De ahí en adelante mis 30 minutos siguientes fueron una basura.

De ahí en adelante sé que espero de manera diferente que vuelva a ser viernes.

De ahí en adelante sé que todo aquello no me dio ni me da lo mismo, aunque digan que aun no significa nada.

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