No puede ser que una persona
permanezca tanto tiempo manifestando deseos desesperados por otra y,
simplemente no hacer nada. No puede ser que se esfume tan tremendamente su grueso
coraje al estar con él. ¿Qué actitudes del otro le hacen generan ese titubeo, esa parálisis?
¿Es su belleza? ¿Es su desplante? ¿Es su orgulloso desprecio? ¿Qué tan
diferente es aquel otro del resto, que no ocurre el mismo “éxito” que en otras
ocasiones? ¿Significa acaso un desafío de magnitudes incomparables? ¿Está en
juego la colección de una pieza de considerable valor? O ¿Acaso ese deseo
desesperado no es tal? ¿Acaso no es solo el manifiesto de una falsedad? De ser
así, ¿Cuál es la razón que mueve a la persona para engañar de esa manera, por
tanto tiempo? ¿Hacer perder la razón, porque su estabilidad genera impotencia?,
¿Generar caos, para luego acudir en un falso rescate? ¿Desarmar al otro por
satisfacer un instinto de competencia? ¿Qué es esto? ¿Extremado amor, devoto y
temeroso o extremado odio retorcido y siniestro? Ante estos hechos, y en base a
un reservado conocimiento previo, solo puedo afirmar que una actitud como la
descrita, me parece, es totalmente anormal, obsesionada, desorientada,
desorganizada y, me atrevería a decir, casi patológica. Es cuestión de espera
para que se desate su histeria. La desesperación a causa de ser ignorado por el
otro, foco de su inquietud, el eje de su planes y actos. El período de latencia
llegará tarde o temprano a su irremediable y dramático final. Los latidos taquicárdicos
de un reloj alterado corren en reversa, siendo los únicos testigos expectantes
de este escenario.
El otro está en la mira.
El otro es el eje.
El otro es el punto de fuga.
El otro está en peligro.
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