sábado, 11 de mayo de 2013

VIDA, MUERTE Y MORAL.

Estuve mi buen rato dándole una revisada a mis entradas anteriores... tratando de buscar una justificación, un apoyo a mi controversial perspectiva, y siento que se ha tergiversado tremendamente.

Venía de viaje a casa con mi hermano. En un momento se me vino a la cabeza el tema de mi abuela en el hospital... lo de las donaciones de sangre... lo de su inminente partida. Le expresé mis conclusiones, sobre lo hostil que se volverá todo al estar allí, por el solo hecho de estar todos, con sus respectivas visiones de ello, respectivo background de actos buenos y malos, todos en un solo lugar. No dijo mucho al respecto, pero debió reconocer que así sería.

Hoy le dije a mamá que no tenía ganas de ir a ver a la abuela. Que me sentiría de lo más inútil estando allá. Ni siquiera sé si soy compatible en sangre con ella. Y ella ya no tiene ni puñetera idea de quién soy yo. Respecto a la donación, no me encuentro motivada. En esto tengo una visión algo más amplia, que expondré luego. Mamá dice que muchos han estado cooperando con eso, lo cual debiera parecerme "bien", segun todos. Pero en realidad, creo que no es así.

En resumen, no me dan ganas de ir. La donación de sangre me parece innecesaria, porque solo alargará su vida, un par de semanas, meses, pero no la salvará. Por otra parte, pienso que ella no es feliz. Tiene de todo, la cuidan, la alimentan, se preocupan por ella, pero no es consciente de eso. Su cabeza le juega malas pasadas, piensa que quien le rodea está conspirando en su contra, robándole artículos que nunca tuvo... echándole cosas a la comida... Ella, ni con toda atención y amor del mundo será feliz. No en esta vida.

Hoy me dijeron que por aquello simplemente soy tonta, que "no tengo corazón" (entre otros términos menos blandos). Me atacaron como persona, por no pensar igual. Me faltaron el respeto, por no tomarse el tiempo de analizar mejor en lo que estaba diciendo. La verdad no me sentí realmente afectada por todas esas cosas. Fue una respuesta de lo más predecible, junto que no vino de la persona más idónea para hablar de sensibilidad o moral.

Todo eso no tuvo la autoridad ni la validez que se adquiere con una práctica ética de por vida, y no cuando la salud de alguien se complica, y la sensibilidad brota, como en todos los años a cierta fecha en que comienza la Teletón, y todos se sienten con el derecho de decirse de buen corazón, sin mencionar que el resto de los días del calendario no pensaron más que en sí mismos.

Recuerdo que cuando yo era más chica solía acompañar a mi papá cuando este le llevaba almuerzo a la abuela en la vianda color café-con-leche, envuelta en una bolsa negra. Recuerdo que lo hice varias veces... lo acompañaba a él a arreglar el jardín, me iba a su cuarto (el se quedaba a dormir allí, todas las noches) a ver el Discovery Kids o el Cartoon hasta que la abuela se enojaba (decía que estar allí encerrada toda la tarde era a lo menos una falta de respeto) y tenía que acompañarla a ver sus novelas, el noticiario de La Red, con el volumen a más no poder (esto por su sordera). Me quedaba a tomar la once, con pan tostado y mantequilla Bonela, y el café Eco servido en esas tacitas beige con el dibujo de una casita azul... Luego a eso de las 19 horas mi papá me iba a dejar a casa, y se devolvía con la abuela.

Recuerdo que durante unos largos meses no quise ir más.... A veces me regalaba calugas masticables. pero en su mayoría me convidaba aceitunas y a mi no me gustaban (yo las botaba por un hollito en el suelo de madera, bajo la silla en la que siempre me senté). Ella discutía con papá delante de mí, o me retaba. Le hablaba de mis piojos, de mis codos sobre la mesa, de mis pies sobre los palitos horizontales entre las patas de la silla, de que caminaba muy fuerte, y el piso de madera hacía temblar la casa entera... Y no recuerdo más, para que les voy a mentir.

Durante los últimos años de la vida de mi papá retomé mis visitas a la abuela... ¿Dejó de ser tan pesada, o yo dejé de darle importancia y me acostumbre a su trato? No tengo como saberlo, aunque intuyo que pudo ser el solo hecho de verme de nuevo allí, después de un largo tiempo.

 La abuela nunca me dio un regalo de cumpleaños, lo que no me molesta,
 porque yo tampoco tuve para regalarle nunca algo más que las bolsitas de maní que papá me daba cada año para esa fecha. Bueno, una vez creo que me dio $2.000. En ese tiempo valían más que ahora... al menos para mi. Pero el punto es que gran parte de mi infancia estuve ahí con mi papá, le hubiese agradado tenerme o no.

Para cuando papá murió yo no tuve el tiempo de estabilizarme moral y emocionalmente que hubiese debido tener cualquier niño de 11 años. Todo ocurrió en menos de 24 horas: A tu papá le dió un infarto.  Luego de unas horas, "el papito está en el cielo". Y me rajé, ya sabrán. Porque lo amo, porque aún no era su momento. Porque tenía que verme entrando al liceo, graduándome, entrando a la Universidad. Tenía que llevarme en mi matrimonio.

Y ahora haré un paréntesis a algo que estudié este año, que es ni más ni menos que la teoría del Desarrollo Moral de Kohlberg, que dice más o menos así:

Durante nuestro crecimiento, las personas vamos pasando por etapas en las cuales nuestra moral evoluciona desde el egocentrismo hasta el altruísmo (esa es la idea, al menos).



En base a esto, les preguntaré y responderé lo siguiente: ¿Era justo que mi papá, un hombre sano de 63 muriera súbitamente dejando a una mujer, un hijo a punto de titularse (quien le vio muerto a su lado), a mi hermana y a mi a menos de la mitad de nuestra vida?

Durante ese 19 de marzo hace 8 años, yo tuve apenas horas para determinar una postura ante esa pregunta, la cual por mi bien tendría que mantener por el resto de mi vida. La respuesta se vio reflejada en mis ojos secos, en mi negación de mirarle dentro de la tumba. Para el resto, yo estaba extrañamente serena, y fue porque comprendí lo siguiente:

mi papá era un hombre aún joven, quien tenía proyectos y ganas de vernos crecer. Pero estaba agotado, por su doble responsabilidad de hijo y padre, por un inminente embargo producto de un juicio que "injustamente" perdió... porque su jubilación era mínima y trabajar de colectivero no le daba la plata suficiente. El había estado sufriendo. Nadie me lo dijo, pero lo supe ver por mi cuenta.

Yo lo amaba; lo amo todabía. Yo quería tenerlo más tiempo conmigo... Sin él yo quedaba vulnerable. Yo lo necesitaba. ¿Pero qué era más justo? ¿Atender mi necesidad, de que me acompañase un par de años más, o atender la suya, que no era más que descansar en paz?

Lo terrible de la muerte son solo aquellos segundos en que el alma se desprende con dolor de un cuerpo que ya no responde. Yo no soy quién para decir qué viene después, pero no creo que sea sufrir más que en vida. Quien está muerto ya no está preso de sentir nada, solo descansa. La peor parte queda para nosotros, para quienes lo extrañan. Para quienes aún sienten que necesitan tenerle aquí cerca. Para quienes tendrán que tomarse un tiempo antes de aceptar que su partida fue para SU bien, y eso vale más que toda nuestra pena al echarlos de menos.

Supongo que no les será dificil concluir que mi postura en esta ocasión no es distinta. Mi abuela no es joven, tuvo un buen marido y una familia numerosa, a la que pudo ver crecer al punto de conocer nietos y bisnietos. Yo no he pasado estos últimos días con ella, pero intuyo que está agotada. Intuyo que luego de este largo y difícil proceso (en el que hasta ya se anunciado no resistirá ni una operación más) ha de haber mencionado una vez más querer morir. Nuevamente nadie me lo ha dicho, pero me he sabido dar cuenta por mi cuenta.

Tal vez aún después de todo esto, habrán muchos (incluso algunos a quienes quiero, y dicen quererme) que no me entenderán, que no me comprenderán, y que me faltarán el respeto, que criticarán a mi persona, que me insultarán sin detenerse primero en mis argumentos, como lo haría alguien maduro. A ellos les diré en esta ocasión que no pretendo hacerles cambiar de opinión. Se lo difícil que es es para un adulto transformar una creencia. Pero por mi parte, no estoy dispuesta a abandonar mis principios éticos de amor, respeto y dignidad hacia la vida y fallecimiento de otro, (en este caso mi abuela, que está a punto de irse), porque la costumbre social presente diga que para ser buena persona se tiene que llorar en público y exclamar que la muerte es injusta.

Solo me queda desear que en donde quiera que sea, en este mundo o en otros, consiga la paz que todo ser humano merece.

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