miércoles, 2 de octubre de 2013

Memento.

Ese último sábado en el campo, esa mañana, nos tendimos las tres al sol. El pasto —un poco fresco por el rocío de las primeras horas— nos obligó a sacar los chales de la abuela, todos escoceses con sus flecos ajados, y los parlantes con su sonido amplificado hacia el jardín eran la imagen exacta del bienestar. Libres y compañeras, cualquier duda la despejaba ese aire diáfano. Yo no pensaba: soy la más tonta, Sofía me mira en menos, Victoria no perdona mi frivolidad, no, ninguna inseguridad que no cubriera el afecto. Las miré contenta, por última vez como ser vivo —pero por cierto eso yo aún no lo sabía— y amé esas matas enormes de pelo tan negro de Victoria confundiéndose entre el pasto y el escocés, y la calidez del castaño de Sofía. Cómplices. Sofía, la pieza clave que rompía la asimetría entre Victoria y yo, limándola. Ella siempre nexo, todo nexo de todo con todos.
Marcela Serrano.
Para Que No Me Olvides.

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