domingo, 19 de abril de 2015

Tengo derecho a indignarme

... 
Desde pequeña he sentido que soy diferente a la norma. Cuando a mi hermana y a mi nos vestían y peinaban iguales seguía pensando que yo era quien se veía peor, y ella me lo reafirmaba vez que podía. 

A los 9 vi que mis padres no se daban cuenta de mi situación... mi hermano a veces lo hacía, otras estaba ocupado. 

A los 11 mis amigas cambiaron... me sentí aun más diferente. Dos de ellas fueron madres a los 14... fueron violentadas sexualmente por sus pololos. A mi ni un beso me habían dado a esa edad. Soñaba con los ojos claros de uno que me llamó para luego desplazarme. En fin... nunca fui una chica socialmente atractiva. 

En la escuela siempre me fue bien. Mis profesores vivían diciendo cosas buenas de mi... recibí premios... La envidia de compañeros. Pero como todas y todos, yo esperaba ser parte de un grupo. Ser como ellos, o que ellos fuesen como yo. 

No comprendía que a fin de cuentas somos todos distintos. 

Seguí creciendo, y hubo un tiempo en que sentía que aunque todos eramos distintos nos afiatábamos. En casa no mucho, pero sí en el liceo... luego en la universidad. 

Pero ahora ya no hay más búsqueda de amistades. Ahora cada cual se las arregla como puede, caminando por donde uno decidió caminar. No hay espacio ni tiempo para más grupos. 

... Algunos apostamos a pensar en dos. Pero es difícil. 

Otra cosa que aprendí es que lo diferente en realidad si tiene poder de atracción. Pero en las personas no dura para siempre... Pasará lo que tenga que pasar para que uno o ambos intenten hacer al otro como uno quiere que sea. Mentimos diciendo que nos queremos tal cual. En realidad nos excita la idea de transformar al otro. Cuando no resulta es momento de desecharse. Porque las relaciones de hoy en día han perdido significado. 

... Ahora percibo que no quería escribir precisamente esto. Pero que importa. Es solo una forma de seguir perdiendo el tiempo. No me alivia en lo absoluto... Solo es mejor que quedarse callada. 


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