Me revienta rodearme de gente distinta a como yo soy... y que pretende amoldarme a sus necesidades. Me carga no tener espacio propio para escribir... un cuarto que pueda decir que es verdaderamente mio... un lugar al que pueda llamar verdaderamente mi hogar.
Esos días... antes de venir a casa, fueron horribles. No solo agotadores, si no que ambiguos. Fueron días eternos en los que fuí y regresé con maleta y bolsos llenos de lo que podía meter para salir de la pensión lo antes posible. Que me movieron de mi cuarto antes de tiempo por un malentendido... que dormí más de una noche en un cuarto que parecía bodega. Y lo más triste de todo es que aquello era lo único verdaderamente mío. Era todo lo que me quedaba. Ese era mi hogar. Ida y vuelta de la casa de mi tía y la pensión... estaba confundida, cansada, sola, un poco loca.
... y no se si soy solo yo o las pastillas que estoy tomando, pero siento que todo me afecta el doble... y vuelve de pronto la necesidad de rasgar mi brazos con mis uñas un poco más.
8 de enero y nada de lo que he planeado para hoy ha resultado. Sigo cesante. Sigo lejos de los lujos de mi hermano, de la felicidad superficial de mi hermana... Sigo sin saber bailar su baile.
Pero en dos días más vendrán por mi.
Resignadamente espero.
Espero como solo yo aprendí a hacerlo.
Me duele la cabeza.
Se me apreta la garganta.
Normal.
Espero como solo yo aprendí a hacerlo.
Me duele la cabeza.
Se me apreta la garganta.
Normal.